Paseaba creyendo equivocadamente que no llevaba el rumbo definido. Pero sus pies la condujeron hasta allí. Sólo faltaba el olor salado y húmedo del mar. Sin embargo, en aquel momento le pareció suficiente con el de su piel.
Sin temor a lo desconocido, le ofreció un asiento a su lado. Vacilante, él acabó por aceptar la inesperada invitación. Esta vez el encuentro no era casual, aunque a ambos les seguían intrigando las paradojas.
– ¿Qué tomas?
Si les gustara el mismo vino, podrían compartirlo. Pero ni siquiera lo sabían aún. Quería ver de frente lo que hasta ahora sólo había mirado por el rabillo del ojo. Era libre para escoger seguir jugando. Está sonando Dylan y eso no ayuda a salir del ensimismamiento. Un acorde le hace reconectarse al presente.
– Lo he estado pensando. Deberíamos nadar juntos si queremos huir de la mediocridad.
El silencio se apropió del eco.
– ¿De qué tienes miedo?
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